“La
chacarita al principio era un buen negocio, imaginate que el heladero
venía y se paraba en la puerta, pero los fierros siempre van a
existir y los usados son mejores. Muchos chicos venían a vender
diarios, botellas y cartones, yo les decía que eran cirujas y no
sabés cómo miraban la balanza. Mi papá murió trabajando en la
chacarita, pero yo decidí cerrarla le dice Carlos Oyhamburu a
Bernarda quien lo escucha muy atenta”.
Cada
pista es una pincelada de ilusión, luego un fantasma bañado en
curiosidad ingresa dentro de un niño, y cuando el niño encuentra
algo luego de darle libre albedrío a su imaginación lo convierte
en un preciado tesoro.
A
las 12 del mediodía desde las calles de Chacabuco se sentía el
sonido de una ciudad en movimiento, bocinas, chicos volviendo de la
escuela, adultos saliendo de trabajar, amas de casa corriendo a la
despensa del barrio, todos con ganas de llegar a casa para almorzar .
El caos de a poco se apaciguaba, el sonido se iba disipando hasta
convertirse en un verdadero vacío y sólo se escuchaba el silencio
de las calles desérticas: comenzaba
la hora de la siesta.
A
Bernarda se le hacían eternas.
Ella
sabía que José llegaba a las 14.30 pero su ansiedad le ganaba y un
rato antes se colgaba de la ventana esperando que ese lugar pegado
a su casa, donde ella jugaba a la búsqueda del tesoro, abriera sus
puertas.
No
sólo ella se dejaba envolver por su ansiedad, por la ventana también
se veía la bicicleta cargada de cartones y botellas con varios
perros galgos a su alrededor, era pita que estaba esperando lo mismo
que Bernarda.
Llegada la hora, veía que esas dos chapas rojas y altas dejaban caer su candado gigante y comenzaban a deslizarse dejando a la vista su lugar preferido: la chacarita de Oyhamburu, él nació en Cucha Cucha, a los dos años se fue a vivir a Salto, y allí fue su primer contacto con los fierros “las primeras palabras de todos los nenes son mamá y papá, la mía fue fierro” dice Oyhamburo orgulloso.
Llegada la hora, veía que esas dos chapas rojas y altas dejaban caer su candado gigante y comenzaban a deslizarse dejando a la vista su lugar preferido: la chacarita de Oyhamburu, él nació en Cucha Cucha, a los dos años se fue a vivir a Salto, y allí fue su primer contacto con los fierros “las primeras palabras de todos los nenes son mamá y papá, la mía fue fierro” dice Oyhamburo orgulloso.
El
padre de Carlos fue a trabajar con su abuelo, quien tenía chacarita
desde 1800 y largos, según Carlos recuerda.
En
1969 Oyhamburu vuelve a Chacabuco y le compró la chacarita a Fanuce
su tío.
Bernarda
la descubrió por 1990, cuando la mayoría de los niños tenía que
usar su imaginación para crear sus propios juegos.
A veces jugaba a ser una exploradora, en medio de tantos tesoros buscando elementos para poder construir su casita del árbol, o el auto de los pica piedras. Y otras junto a sus hermanos y vecinos caminaban la manzana completa recolectando diarios y botellas. Sabían que Sonia aquella señora que vivió sola toda su vida tenía unos pocos diarios, pero al contrario Domingo un hombre, elegante, alto, y de pelo blanco siempre los sorprendía con una pila enorme. Los mismos que muchas noches jugando al “ring raje” los molestaban, al otro día se colocaban su mejor disfraz de inocentes para ir a mendigar diarios y botellas.
A veces jugaba a ser una exploradora, en medio de tantos tesoros buscando elementos para poder construir su casita del árbol, o el auto de los pica piedras. Y otras junto a sus hermanos y vecinos caminaban la manzana completa recolectando diarios y botellas. Sabían que Sonia aquella señora que vivió sola toda su vida tenía unos pocos diarios, pero al contrario Domingo un hombre, elegante, alto, y de pelo blanco siempre los sorprendía con una pila enorme. Los mismos que muchas noches jugando al “ring raje” los molestaban, al otro día se colocaban su mejor disfraz de inocentes para ir a mendigar diarios y botellas.
Cuando
terminaban el recorrido, si la colecta no había sido suficiente, la
travesura se apoderaba de ellos cuando llenaban alguna que otra
botella con tierra o ponían una baldosa entre los diarios,
ilusionados de que José no se diera cuenta.
Luego
con toda su fortuna iban a la chacharita de Oyhamburu, arrastrando
todo por un largo tramo de tierra, y llegaban a la tan esperada
balanza, una balanza que se imponía frente a los niños mostrando su
edad través del óxido, ellos se ubicaban en semicírculo todos
alrededor de la balanza así como un ritual, expectantes de cuantas
pesas colocaba José. Terminada la ceremonia José les daba anotado
en un papel cortado a mano y con algo de tierra el peso de lo que
habían llevado, ese papel que reemplazaba todo ese bulto de diarios
y botellas y que en instantes se convertiría en monedas. Todos
salían corriendo hacia la casa de Oyhamburu, golpeaban las manos y
esperaban inquietos que él saliera, el tiempo en qué el agarraba el
papel, lo leía y metía suavemente la mano en su amplio bolsillo del
jeans buscando las monedas se hacía eterno. Sale con la palma
abierta y muchas monedas, y con la otra mano Oyhamburu seleccionaba
lo que les correspondía a los chicos, ese sonido del choque de
monedas que salía del bolsillo de él llegaba a los niños con olor
a golosinas y tortas negras.
Y
así transcurría la niñez de Bernarda, entre bombuchas y
manzanobas, rayuelas, payanas y el elástico.
Un
día rumores no tan lindos comenzaban a rondar por el barrio, con un
olor bastante amargo, pero a pesar de eso, y de que Bernarda ya no
era una niña, seguía visitando la chacarita.
Los
juegos iban cambiando, del “verdad consecuencia” adentro de los
fititos abandonados, pasó a restaurar una bicicleta, y cuando se le
ocurría una loca idea solo bastaba con atravesar los no tan grandes
portones rojos, y que Oyamburu le diga “buscá lo que quieras,
tomate todo tu tiempo y llevalo tranquila”
Pero
aquel 25 de octubre de 2014 los rumores se materializaron, Bernarda
estaba llegando a su casa y vio un movimiento extraño en la cuadra, autos y gente que entraba y
salía de la chacarita.
Levantó la mirada y caminó hacia adelante, pero había algo que la tiraba para atrás. Bernarda se paró mirando el portón rojo y había un palo negro y alto, lo recorrió con la mirada y en la punta se encontró con una bandera roja flameando. Se quedó en silencio y meditabunda tratando de encontrarle una explicación, hasta que llegó a sus oídos una voz gruesa que decía..” 100, 200, 200 a la una, 200 a las dos, cerramos en 200, tengo 300, quien da más, cerramos en 300, 300 a la una, a las 2 a la tres adjudicado al señor”.
Levantó la mirada y caminó hacia adelante, pero había algo que la tiraba para atrás. Bernarda se paró mirando el portón rojo y había un palo negro y alto, lo recorrió con la mirada y en la punta se encontró con una bandera roja flameando. Se quedó en silencio y meditabunda tratando de encontrarle una explicación, hasta que llegó a sus oídos una voz gruesa que decía..” 100, 200, 200 a la una, 200 a las dos, cerramos en 200, tengo 300, quien da más, cerramos en 300, 300 a la una, a las 2 a la tres adjudicado al señor”.
Bernarda
cierra los ojos y comienza a viajar al pasado, recordando todo lo que
vivió ahí adentro. Al rato los abre y siente como si estarían
rematando parte de su niñez. Se quedó intacta con la voz del
martillero de fondo y viendo el sendero de cada persona que salía
con algo.
El
sol se escondió, la gente desapareció y se encontró ella sola con
la chacarita vacía, cuando levanta la mirada, Pita se va llevando a
tiro su bicicleta cargada, con sus fieles amigos y exclamando con
enojo, “a Oyhamburu no le van a rematar nada”.
La
melancolía insistía en apoderarse de ella, pero luego de un rato de
soledad, Bernarda entendió que los recuerdos nadie se los podía
extirpar, que no hacía falta tener la chacarita llena, solo con
cerrar los ojos y recurrir a sus sentidos podía viajar a su niñez
las veces que quisiera.
Bernarda
luego de escuchar muy atenta a Oyhamburu se despide agradeciéndole
sus palabras, y él la sorprende llevándola a un galpón, donde
vuelve a sentir ese olor a oxido y tierra y se elije su ultimo
tesoro que guarda con mucho amor.
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