lunes, 28 de diciembre de 2015

Caricias

La naturaleza le extirpó uno de sus sentidos. Y ella escuchó la melodía del amor, a través de las caricias.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Incertidumbre en libertad

Mi espalda serena esta sostenida por el lago, pero la cascada hace ruido
Se lo que quiero para mañana, pero no se qué quiere mañana para mi
La hoja está en blanco
Intento trazar renglones, pero se rehúsan
Me dejo llevar
Al rato quiero  tener todo impecablemente organizado
Quiero  descansar
Pero que trabajo me da no hacer nada
Las manos se me van, de tanta repetición
Y los pensamientos se cruzan, para no pensar
El tiempo pasa rápidamente lento y no sé qué pasa
La  incertidumbre me seduce
Alivia y aterra
La certeza aburre
La rutina me encandila, abruma mis ideas
La novedad me libera
Quiero hacer dormir a los pensamientos insomnes
Para ver con mayor claridad
La marea me quiere arrastrar, pero resisto
Ayer pasó distinto, hoy vivo, y mañana veré
Los días son sabrosos, eligiendo que hacer
La tempestad etérea es efervescente
A veces elijo bien, otras me eligen
Lo de ayer es onírico, lo de hoy efímero y mañana eterno
La música me hace viajar, el aroma también
Viajar me inunda de adrenalina, y aprender lo mismo
Los caminos le dan oxigeno a la vida
Y todos los caminos conducen a Roma, pero yo no quiero ir ahí
La experiencia la gozo y lo nuevo me acaricia
El inicio ya está, el nudo se escurre entre mis dedos, y del desenlace ni hablar…



domingo, 13 de diciembre de 2015

Te amo

Te veo y me completas.
Te miro y me pasa de todo.
Te observo y me da tranquilidad.
Te descubro cada día.
Te siento y me quemo por dentro.
Mi piel con tu piel, gritan risas.
Sensaciones que no tienen explicación.
Te toco, el placer entra por la mano y me recorre todo el cuerpo.
Te escucho y me estremezco.
Te huelo y hago una fiesta.
Te tengo y vivo.
Con vos todo es más fácil, porque te tengo porque te quiero conmigo.
Nuestras lenguas boreales se enredan.
Cuerpo con cuerpo se fusionan y es onírico.
Mis labios recorren toda tu piel y se derriten.

Te quiero conmigo, porque te amo.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Fuente de Oxígeno

La semilla, tierna por dentro, da a luz. 
Sobre la cascara externa comienzan a brotar pequeños trozos de lo que va a ser. Desde abajo arrancan con cautela, queriendo salir corriendo de lo oscuro, para asomarse a la vida.

Las raíces comienzan a fluir, alargándose. Penetran la tierra, sin temor a lo negro. Se adaptan y buscan hasta encontrar su comodidad, sin cesar de crecer.

Mientras el suelo lo amamanta. El sol y la clorofila hacen lo suyo.

…La tierra. Mulata. Le abre paso con todo respeto…

La rigidez áspera de su tronco, impone presencia y empieza a expandirse. Genera ramas que se visten con hojas pintadas de varios colores.
…Aromas divinos. Flores incandescentes…

Se adecuan a cada estación y a cada región….


para seguir viviendo y hacernos vivir.


martes, 8 de diciembre de 2015

Amantes

Me fui... dando pasos tenues, no quería pisar muy fuerte ni tampoco que pasen desapercibidos. La brisa húmeda empapaba mi cuerpo desnudo. Con una mano llevaba toda mi ropa, la otra la había usado para cerrar la puerta. Frené. La brisa se calmó y comencé a vestirme. Seguí caminando, el destino era incierto, tan incierto como la decisión que había tomado. ¿Hice bien en irme?
Ya me estaba yendo. Por orgullo, tal vez, no había vuelta atrás. Sabía que si me iba en mitad de la noche, era la última vez. Pero así lo hice,  puede ser por cobarde o por cómoda, quizás también puede ser por costumbre. Pero lo cierto es que lo hice y ya no había vuelta atrás. El destino comenzó a ser certero, y llegué a mi casa.

Con extremada cautela coloqué la llave en la cerradura, solo se escuchaba el chillido de la bisagra. Entré y el aroma de la rutina se me vino encima. Esta vez sí, los pasos tenían que pasar desapercibidos. Deje toda mi ropa y me acosté. Al lado tenia a mi marido, sentí tranquilidad y desánimo al mismo tiempo.


domingo, 6 de diciembre de 2015

Desencuentro

Era una noche negra. Queríamos pasar desapercibidos pero la luna grande y amarilla iluminaba todo. Estábamos los dos sentados en el banco. La suavidad del aire cálido nos rosaba a cada instante. El silencio era tan amplio que aturdía nuestros oídos. Y de a poco nos empezamos a soltar al compás de la brisa. Las palabras eran ásperas, pero salían de su dulce garganta. A pesar de eso, yo quería decirlo y no me animaba. Creo que los dos sabíamos para que estábamos. Pero no era para lo mismo.

Mi timidez me envolvía. Entonces escribí la palabra en el lápiz labial, y le di un beso, quedó grabada en su boca. Como sus labios estaban desnudos, enseguida entendió que lo amaba.


El no supo qué hacer con eso que le llegó, su boca comenzó a enredarse, porque él, no estaba para lo mismo. Había ido justamente para lo contrario.



Lo que da que hablar…

Salgo a la vereda. Giro mi cabeza. Observo. Hay mucha gente. Alguien pasa en auto sin saludar. La vecina concentrada en hacer entrar a los nenes que llegan de la escuela. El kiosquero fuma un pucho y Norma, sentada, mira el piso hundida en sus pensamientos.


Arriba, el  cielo comienza  a tener  dibujos blancos y suaves,  con diversas formas amigables y maléficas.  Luego de una pincelada  los dibujos se tiñen de gris y de a poco comienza a subir el tono. Ya pierden su ternura.
                              Y  dan qué hablar.
En el suelo las hojas de los árboles corren, hacen rondas y bailan a un compás. El viento, que comienza suave, aumenta su velocidad. El ritmo del silbido se torna  cada vez más agudo.
                                Y da  qué hablar.
Los árboles erguidos muestran su espléndido verde. Más tarde se inclinan todos para el mismo lado. El perfume del aire a tilo y a jazmines se convierte en olor a tierra mojada.
                                  Y da que hablar.

La temperatura empieza  a bajar.
Siento las gotas que acarician mi rostro. A mis oídos llegan bullicios y pasos fuertes. Las ruedas de los autos resbalan por la humedad. El kiosquero reniega porque se le apagó el pucho.           
                                          Y da qué hablar.

Norma entra a la velocidad de la luz y los nenes reciben el grito de la madre ordenándoles que se apuren. Todos  buscan rápidamente un refugio. Es  un instante y de golpe no quedó un alma, se siente el vacío.
                                      Y da que hablar.
Dejo que las gotas caigan, fluyan sobre mi cuerpo. Gozo de la libertad y de la lluvia en mí. Entro. Los truenos y relámpagos se hacen notar. Miro por la ventana y en la calle no hay nadie. Cierro los ojos y comienzo a disfrutar de la música que teclean las gotas sobre la chapa.

                                           Y  ya no da qué hablar…

viernes, 4 de diciembre de 2015

Noche

El crepúsculo me toca con el dedo por la espalda.
Me hago la tonta, no quiero.
La oscuridad se hacía notar cada vez más, y el crepúsculo insistía en mi espalda.
Me hago la tonta, no quiero.
De celeste oscuro, azul y negro.
Llega la noche.
El crepúsculo no jode más.
Me hago la tonta, no quiero.
Negro, negro y negro enfrente de mis ojos.
Llegó la noche.

Y, no quería...

Desilusión

La calle está despejada. Es un día de esos que no dicen mucho. El cielo está totalmente cubierto por nubes. Algunas más claras y otras que se imponen. Se escucha el silencio de la ciudad desértica.
Vamos de la mano, caminamos de acá para allá como si estuviéramos enredadas. Yo la miro desde abajo, y cada paso que da son tres míos. Por momentos voy a la rastra. Aceleramos la marcha, frenamos, piensa y luego volvemos.
Cuando se distrae, su cara repercute preocupación, pero si se da cuenta que la estoy mirando enseguida me transmite serenidad. El ímpetu de su destreza no lo puede disimular. Su mano me comienza a transmitir sudor y fragilidad. No sé qué pasa, pero confío. Ella nunca me defraudó, siempre me cuidó. Me entrego a su abrigo, y siento el calor de la tranquilidad.
 Frenamos, la rigidez de la mano se sintió. Yo no decía ni mú. Ella mira hacia ambos lados como si estuviera en una encrucijada, en medio de una laguna. Esta vez no ocultó el desasosiego.

Nos perdimos, dice mi madre…

                           …… y el mundo se me cayó.





Acordeón

Los amplios anteojos marrones.
Tus largas y delgadas piernas castañas, que siempre cruzabas.
 Vos sentado en aquel sillón. Tu trono.

Con tus nietos hacías música, a mi me tocaba el acordeón.
Vendías y hacías juguetes, el sueño de cualquier niño.
Vos tan largo y tu cigarro tan corto.

 No tengo  más recuerdos.
Solo momentos inmóviles, reflejados en fotos.
Y fueron 7 años. Los borré.

Sé, que todos te querían.
Artesano.
Y por eso, me quedé con más ganas.

Estuve donde no tenía que estar, para enterarme antes, de tu final. Algo me perturba;  te caracterizaba la bondad y lo servicial.


Siempre me quedó por preguntar; ¿De qué te querías escapar?

La ironía del juego

Hidalgo estaba sentado en la penumbra del comedor de su casa. Miraba el reloj seguido. Su mamá, con el delantal de cocina puesto le repetía; “aún es la hora de la siesta”. Llegado el momento, todos los chicos se reunían y comenzaba la travesía. Algunos corrían  y otros en bicicleta, iban en busca de aquel lugar. Él tenía la suya, pero en ocasiones, corría, para acompañar a Juan y a sus hermanos.
   Juan tenía 8 hermanos. A la mañana iba a la escuela. Cada día lavaba su ropa para llegar impecable.  En clase clavaba los ojos en los renglones en blanco del cuaderno. Aprendía lo que podía. En el recreo se sentaba utilizando paredes como respaldo mientras perdía su mirada. Las agujas del reloj para él estaban clavadas. Pero no decía ni mú. 
   Terminado el escaso almuerzo, Juan  hacía la tarea. Se sentaba sin recibir órdenes y tampoco ayuda. Finalizados los deberes salía en busca de sus vecinos para jugar. Bah… ellos jugaban.
   Juan, Hidalgo y  algunos más, llegaban a ese lugar que tanto les gustaba. Corrían, cortaban frutas, se las tiraban entre ellos, buscaban escondites, cazaban palomas y varias travesuras más. Cuando comenzaba a bajar el sol, las voces se esfumaban y quedaban los vestigios del juego: frutas aplastadas, palomas muertas…
   Los chicos empezaban a desaparecer, pero Hidalgo siempre esperaba a Juan, su fiel amigo, 
-Andá Hidalgo, yo espero a mis hermanos. Así mamá no nos reta.
   Era probable que cuando llegaran, su mamá no estuviera, pero a Juan le gustaba decir eso.
   Y así pasaba la infancia entre frutas y palomas; juego y hambre; ironías y realidades; angustia y amistad.
   Los días de lluvia nadie salía a jugar. Todos se divertían esperando que por la ventana se asomara el arco iris. Para Juan, el arco iris perdía sus colores. 
   Lo que no entendía Hidalgo, es por qué Juan nunca quería volver con él. Le ofrecía su bicicleta, sabía que adoraba  deslizarse sobre las dos ruedas como si se comiera el mundo, pero tampoco así aceptaba.
   Hidalgo luego del ofrecimiento, cabizbajo y dubitativo, volvía a su casa. 
Y un día…cuándo el sol daba la señal del regreso, preguntó:
-Juan ¿Por qué nunca te querés volver conmigo?
-Porque espero a mis hermanos. Mis padres quieren que volvamos juntos.
Pero Hidalgo no se quedó  conforme. Al otro día, saludó a Juan sin preguntar nada. Tomó la bicicleta del manubrio con calma y comenzó a caminar. Pasos intranquilos. Cada tanto miraba hacía atrás. Cuando llegó a la esquina, en silencio dejó la bicicleta en el piso. No le importaba que lo retaran por llegar retrasado. Solo quería entender a su amigo para brindarse. Clavó la mirada expectante.
   Pasó el tiempo. Hidalgo comienza a inquietarse. No quería llegar muy tarde porque la penitencia iba a ser fuerte. Pero ya estaba ahí. Solo le quedaba esperar. 
   A sus oídos comienzan a llegar varias voces y pasos bien marcados. Se oculta mejor. No quiere que su amigo se enoje y espera…
   Era Juan con sus  hermanos. Hidalgo  observa. Se queda un rato pensando y atónito vuelve a mirar. Eran ellos.  Cada uno abrazaba los vestigios de las frutas y carnes de guerra. Hidalgo entiende… 
   
            Juan no iba a jugar.